viernes, 16 de noviembre de 2012

Los gusanos de seda

Los gusanos de seda La seda de los Bómbix mori es cotizada a un gran valor, muchas familias viven de la explotación de estos gusanos,ninguna de las llamadas sedas artificiales, como el rayón o la sedalina alcanzan la resistencia, (aunque parezca extraño es una de las fibras naturales mas fuertes), ni la elasticidad, ni su brillo característicos, tampoco poseen sus cualidades para mantener el calor, que, al contrario que lo que solemos pensar, la seda no es fría ni resbaladiza, esas son las sintéticas. En la cocina coreana se hacen una especie de galletas con ellos por su alto valor nutritivo, se comen fritas, hervidas o como ingrediente para salsas. Si los gusanos se van a comer fritos, lo más importante es conservar el jugo de dentro. En la medicina tradicional china, la larva muerta se usa para aliviar diversas dolencias. También se ha planteado incluir a estos gusanitos en la dieta de los astronautas chinos. Un estudio de los capullos rebeló que este contenía ocho aminoácidos diferentes, esenciales para el hombre, de ahí que los investigadores se hayan planteado incluirlos en la dieta, tan especial, que tienen que seguir los cosmonautas.

Los gusanos de seda

Los gusanos de seda El gusano de seda es un insecto lepidóctero originario del norte de Asia.Se cría hoy en muchas regiones del mundo,aunque la cría de gusanos de seda es muy complicada,pues necesitan varios cuidados:como estar en la oscuridad,no hacer ruido mientras hilan,darle morera que tenga las propiedades exactas y el grado de humedad necesario etc. Los gusanos de seda como cualquier otra oruga pasan por varias fases fundamentales en su desarrollo:huevo,larva,crisálida o pupa e imago o adulto. HUEVOS Los huevos tienen entre 1 y 1,5 milímetros de largo. Su cáscara es una membrana de materia quitinosa, que va desde el amarillo claro al gris pizarra y finalmente a un tono violáceo o verdoso. Los huevos sin fertilizar se distinguen inmediatamente por mantener la coloración amarillenta. La incubación dura alrededor de quince días, aunque en climas fríos la eclosión no se produce hasta haber pasado el invierno. Al cabo de éste, los gusanos salen del mismo, normalmente lo hacen en primavera pero siempre dependiendo de la temperatura ambiental. Este mecanismo les permite madurar al mismo tiempo que las hojas de morera y poder alimentarse cuando las hojas se encuentren en su momento óptimo. LARVAS El gusano de seda es considerado el animal que más come del reino animal con respecto a su tamaño y tiempo de vida, esto es debido a que durante su letargo en el capullo y etapa adulta no se alimenta y además tiene que dejar las reservas suficientes a su prole para que sobreviva en el huevo. Al momento de la eclosión, las larvas miden unos tres milímetros de largo y son de color gris. Ya desde el primer momento cuentan en el undécimo anillo del cuerpo con una trompa de seda o hilera, que utilizan apenas nacidas para suspenderse y alejarse de los restos del huevo. Atraviesan cuatro fases de muda en el curso de los 30 ó 35 días que durará la fase de larva y mudarán dos veces más dentro del capullo. Cuando van a efectuar este proceso permanecen inmóviles con la cabeza levantada y apoyados sólo en las patas traseras (situación llamada sueño de muda), mudarán primero la corteza cefálica (que a medida que va encogiendo permite saber la proximidad del momento de la muda) de la que surgirá una cabeza de color claro y de tamaño notablemente mayor a la anterior y después la piel externa y una pequeña parte de la piel interna (anal). Tras mudar, el color de la oruga aparecerá "sucio" y su piel arrugada y algo húmeda que se secará y alisará transcurridas unas horas. A los 6 días experimentan una primera metamorfosis, suspendiéndose por un hilo de seda para rasgar su piel, de la que sale al cabo de unas 24 horas. Tras cuatro de estas metamorfosis, la larva alcanza los 8 cm de longitud, y los 12 anillos en los que está estructurada son claramente visibles, el color gris del nacimiento tornará bien a blanco o amarillo claro o bien a blanco con bandas negras que separan los anillos. Al cabo de alrededor de un mes, el gusano busca un lugar seco y aislado, en donde fabricará el capullo para la fase de pupa, éste puede ser de color blanco,azul, rojo,verde, marrón, amarillo o incluso naranja. CRISÁLIDA La larva emplea el almidón de las hojas de morera que ha consumido, transformado en dextrina por su metabolismo, para producir el hilo de seda. El aparato destinado a este efecto está compuesto por dos glándulas subicadas debajo del tracto digestivo, cuyos conductos van a dar a la hilera situada en el undécimo anillo. El material, líquido en el interior del cuerpo, se solidifica en contacto con el aire. Girando sobre sí misma, fabrica alrededor de su cuerpo una envoltura oval formada por un único hilo de hasta 1500 metros de largo. El proceso le ocupa 2 o 3 días. El vaciamiento completo de las glándulas de seda incita la pupación, que dura unos veinte días en condiciones normales, al cabo de los cuales surge una nueva mariposa. En ocasiones y por diferentes circunstancias (comida escasa o inadecuada, defectos genéticos, condiciones externas adversas...) los gusanos no logran crear su capullo y deben realizar la metamorfosis al descubierto lo cual, aunque reduce su probabilidad de supervivencia, no es un impedimento para la finalización normal de su ciclo vital. ADULTOS Al eclosionar de la crisálida la mariposa rompe el capullo con una secreción ácida que separa los hilos de seda y sale al exterior, durante los 3 a 15 dias que suele vivir no se alimentará, tan sólo buscará pareja para poder efectuar una puesta. Al salir y días después, las hembras expulsarán líquido interno de colores del naranja al marrón. Los machos de un tamaño ligeramente menor, abdómenes más estilizados y alas más grandes se mueven mucho más que las hembras aún así es muy raro que alguno de ellos logre alzar el vuelo. La cópula dura algunas horas en las cuales los sujetos apenas se moverán y quedarán enlazados por la punta del abdomen. En este proceso intercambian material genético. Después el macho buscará otra pareja y la hembra se dedica a la puesta, en la cual y mediante un potente adhesivo, pegará sus huevos y tiempo después morirá. HISTORIA En China existe una leyenda que dice que el descubrimiento del gusano de seda fue hecho por una antigua emperatriz llamada Xi Ling-Shi. Se dice que mientras tomaba el té bajo una morera de su jardín en el palacio real cuando algo cayó a su taza de té cuando quiso sacarlo este se deshilachó y ella, como era una tejedora por excelencia, lo tomó y empezó a tejer con él. Este secreto de la seda no fue difundido fuera de China ya que era algo excepcional se guardó muy bien ese secreto hasta aproximadamente mil quinientos años después de su descubrimiento. Dada su larga historia y su importancia económica, el genoma del gusano de seda ha sido objeto de un considerable estudio. Su antigüedad se ha datado analizando el genoma de los gusanos, que presentan hasta trescientos cincuenta y cuatro genes vinculados a su utilidad productiva, en cinco mil años. USOS BENEFICIOSOS PARA EL HOMBRE El hombre ha criado gusanos de seda desde hace varios siglos para la obtención de la preciada seda, hoy día se usan también como "mascotas". Ambos usos han impedido que afloren al natural así que hoy se puede decir que casi han desaparecido en libertad. [ USO INDUSTRIAL Al eclosionar la mariposa, emplea sus mandíbulas y un líquido ácidoque segrega para romper el capullo, haciéndolo así inservible. Para su empleo comercial, las pupas se matan alrededor del décimo día después de finalizado el capullo, sea sumergiéndolas en agua hirviendo o empleando vapor. El capullo luego se deshace cuidadosamente y el hilo se lava para quitar la sustancia adhesiva que lo mantenía unido antes de proceder a su tejido. En la cocina coreana, el gusano de seda se emplea para la confección de galletas baratas y nutritivas (tienen un alto contenido en proteína) para niños escolares, llamada beon dae gi. Se consume hervida, frita o como ingrediente de salsas. Al comer el gusano frito el aspecto más importante es el jugo. USO DOMÉSTICO Los gusanos de seda son utilizados en el ámbito doméstico como mascotas y como "guías didácticas" para aprender el ciclo vital y metamorfosis de las orugas. Esto es debido a su facilidad para alimentarse (pues sólo hay que darles hojas de morera), a sus escasas atenciones, a su fácil limpieza, a su rentabilidad y a que son totalmente pacíficos ya que se los puede coger y tocar sin peligro. Trabajo realizado por: Irene Fernández Navarrete.

Cuentos Gianni Rodari

Taxi para las estrellas
Una noche el taxista Compagnoni Peppino, de Milán, terminado su turno de servicio, iba conduciendo despacito para llevar el coche al garaje, abajo, por la zona de Porta Genova. No se sentía demasiado contento porque había hecho pocas carreras y tuvo más de un cliente caprichoso, incluyendo a una señora que lo había hecho esperar cuarenta y ocho minutos fuera de una tienda; además el guardia le había puesto una multa. Por eso, mientras iba a encerrar, miraba a los transeúntes. Y en esto un señor le hace una señal.
¡Taxi, taxi!
Entre, señor —el Compagnoni Peppino frenó rápidamente—. Pero voy hacia abajo, hacia Porta Genova, ¿le viene bien?
Vaya adonde quiera, pero deprisa.
No, mire, iremos donde usted quiera, no faltaría más. Siempre que no se salga demasiado de mi camino.
¡De acuerdo! ¡Póngalo en marcha y siga siempre adelante!
De acuerdo, señor.
El Compagnoni Peppino apretó el pedal del acelerador y adelante. Pero mientras tanto observaba al pasajero por el espejo retrovisor. Qué tipo: «Vaya donde quiera, siga siempre adelante...» La cara se le veía poco, medio oculta por el cuello del abrigo y el ala del sombrero. «Uuy —pensaba el Peppino—, ¿no será un ladrón? Voy a fijarme en si nos persigue alguien...
No, parece que no. Ni maleta ni bolsa. Sólo un paquetito. Vaya, ahora lo abre. A ver lo que lleva dentro... ¿Qué puede ser eso? Casi parece un trozo de chocolate. Exacto, chocolate azul, ¿de cuándo acá hay chocolate azul? Pero él se lo come... Bueno, hay gustos para todo. Ánimo Peppino, que ya casi hemos llegado... Eeh, digo, pero... pero, ¿qué es esto? ¿Qué pasa? Eeh, ¿qué hace usted?, ¿qué está tramando...?»
No se preocupe —respondió el pasajero con voz cortante—, siga siempre adelante.
¡Pero qué adelante ni qué narices! ¡Por aquí no se va ni para delante ni para atrás! ¿No se ha dado cuenta de que estamos volando? ¡Socorro...!
El Compagnoni Peppino viró para no embestir las antenas de la televisión en lo alto de un rascacielos. Luego siguió protestando:
Pero, ¿qué es lo que se le ha metido en la cabeza? ¿Qué es este enredo?
No tenga miedo, no pasará nada.
Sí, claro, usted lo llama nada. Un taxi que vuela por el aire es algo que pasa a cada momento... Pero mire, recarambola, estamos sobre la catedral de Milán, si nos caemos nos ensartamos en una aguja y adiós muy buenas. Pero, ¿puede saberse qué clase de broma es ésta?
Debería darse cuenta por sí mismo de que no es una broma —replicó el pasajero—. Estamos volando, ¿y qué?
Pero como que ¡«qué»! ¡Mi taxi no es un misíl!
Ahora hágase a la idea de que es un taxi espacial.
¡Cómo que espacial! Además ni siquiera tengo permiso para pilotear. Hará que me pongan una buena multa, ya lo verá. ¿Y quiere explicarme cómo es que podemos volar?
Es sencillísimo. ¿Ve esta sustancia azul?
La he visto sí, también he visto que ha comido un trocito.
Sí, basta con tragar un pedacito para que funcione. Es un motor antigravitacional que nos hará alcanzar la velocidad de la luz, más un metro.
Muy bien, todo eso es muy interesante. Pero yo tengo que irme a casa, estimado señor. Yo vivo en Porta Genova, no en la luna.
No estamos yendo a la luna.
¿Ah, no? ¿Y adónde vamos?
Al séptimo planeta de la estrella Aldebarán. Allí es donde vivo yo.
Me alegro mucho, pero yo vivo en la Tierra.
Escuche, voy a decirle de lo que se trata. Yo no soy un terrestre, soy un aldebariano. Mire.
¿Qué es lo que tengo que mirar?
Aquí, ¿ve el tercer ojo?
Recarambola, es verdad que tiene tres ojos.
Míreme las manos. ¿Cuántos dedos tengo?
Uno, dos, tres... seis... doce. ¿Doce dedos en cada mano?
Doce. ¿Se ha convencido ya? He estado en una misión en la Tierra, para ver cómo van las cosas entre vosotros, y ahora regreso a mi planeta para informar.
Magnífico, es su obligación, cada uno en su casa. ¿Y yo? ¿Qué hago yo para volver a casa?
Le daré un trocito de esto para masticarlo y estará en Milán en un momento.
¿Realmente necesitaba tomar el taxi?
Lo hice porque quería viajar sentado. ¿Le basta? Mire, estamos llegando.
¿Esa bola de ahí es su planeta?
Pero «esa bola de ahí» se transformó en unos segundos en un globo enorme hacia cuya superficie descendía a impresionante velocidad el taxi del Compagnoni Peppino.
Allí, a la izquierda —ordenó el pasajero—, aterrizaremos en aquella plaza.
Menos mal que usted ve una plaza, yo lo único que veo es un prado.


En mi planeta no hay prados.
Entonces será una plaza pintada de verde.
Uhmm... descienda un poco... descienda... así... ¡Por Aldebarán!
¿Qué le había dicho? ¡A ver si no es hierba! ¿Y quiénes son aquellos?
¿De quién está hablando?
De aquella especie de gallinas gigantes que se nos echan encima con el arco y las flechas.
¿Arco? ¿Flechas? ¿Gallinas gigantes? ¡En mi planeta no hay nada por el estilo!
¿Ah, no? Entonces, ¿sabe lo que le digo?
Cállese, ya lo sé. Nos hemos equivocado de camino. Déjeme pensar un momentito.
Pues piense rápido, porque esos tipos están llegando. ¡Ziiip! ¿Lo ha oído? ¡Era una flecha! Vamos, señor Aldebariano, despierte, coma un pedacito de chocolate azul, vamos a largarnos, levantar el campo, volar, porque el Peppino Compagnoni quiere regresar a Milán con su piel sin agujerear, ¿ha comprendido?
El Aldebariano se apresuró a morder la misteriosa sustancia que el Peppino Compagnoni llamaba chocolate azul.
¡Trágueselo! ¡Trágueselo sin masticar; que acaba antes! —gritó el taxista.


El taxi reemprendió el vuelo con el tiempo justo, pero una flecha alcanzó a uno de los neumáticos de atrás que se desinfló con un larguísimo ¡PIIIIIIIFF!
¿Lo ha oído? Se estropeó —exclamó el Compagnoni Peppino—, y puede estar seguro de que ésta se la cobro.
Pagaré, pagaré —contestó el Aldebariano.
¿Tomó ahora la cantidad justa? ¿No nos encontraremos en algún otro planeta salvaje?
Pero con las prisas, el Aldebariano no pudo medir la dosis con exactitud. El taxi del cosmos tuvo que estar un rato dando brincos de un lado a otro de la Galaxia antes de acertar con el planeta del Aldebariano. Pero cuando llegaron, era tan bonito y sus habitantes tan amables, y su guiso de arroz azul (una especialidad de por allí) tan sabroso, que el Compagnoni Peppino ya no sintió tanto anhelo por regresar a Milán. Se quedó quince días, de maravilla en maravilla. Tomó nota de todo y, una vez en la Tierra, publicó un libro, ilustrado con doscientas fotografías, que se tradujo a noventa y siete idiomas y le valió el Premio Nobel. Actualmente el Compagnoni Peppino es el taxista-escritor-explorador más famoso del sistema solar.










De aquella especie de gallinas gigantes que se nos echan encima con el arco y las flechas.
¿Arco? ¿Flechas? ¿Gallinas gigantes? ¡En mi planeta no hay nada por el estilo!
¿Ah, no? Entonces, ¿sabe lo que le digo?
Cállese, ya lo sé. Nos hemos equivocado de camino. Déjeme pensar un momentito.
Pues piense rápido, porque esos tipos están llegando. ¡Ziiip! ¿Lo ha oído? ¡Era una flecha! Vamos, señor Aldebariano, despierte, coma un pedacito de chocolate azul, vamos a largarnos, levantar el campo, volar, porque el Peppino Compagnoni quiere regresar a Milán con su piel sin agujerear, ¿ha comprendido?
El Aldebariano se apresuró a morder la misteriosa sustancia que el Peppino Compagnoni llamaba chocolate azul.
¡Trágueselo! ¡Trágueselo sin masticar; que acaba antes! —gritó el taxista.


El taxi reemprendió el vuelo con el tiempo justo, pero una flecha alcanzó a uno de los neumáticos de atrás que se desinfló con un larguísimo ¡PIIIIIIIFF!
¿Lo ha oído? Se estropeó —exclamó el Compagnoni Peppino—, y puede estar seguro de que ésta se la cobro.
Pagaré, pagaré —contestó el Aldebariano.
¿Tomó ahora la cantidad justa? ¿No nos encontraremos en algún otro planeta salvaje?
Pero con las prisas, el Aldebariano no pudo medir la dosis con exactitud. El taxi del cosmos tuvo que estar un rato dando brincos de un lado a otro de la Galaxia antes de acertar con el planeta del Aldebariano. Pero cuando llegaron, era tan bonito y sus habitantes tan amables, y su guiso de arroz azul (una especialidad de por allí) tan sabroso, que el Compagnoni Peppino ya no sintió tanto anhelo por regresar a Milán. Se quedó quince días, de maravilla en maravilla. Tomó nota de todo y, una vez en la Tierra, publicó un libro, ilustrado con doscientas fotografías, que se tradujo a noventa y siete idiomas y le valió el Premio Nobel. Actualmente el Compagnoni Peppino es el taxista-escritor-explorador más famoso del sistema solar.























De aquella especie de gallinas gigantes que se nos echan encima con el arco y las flechas.
¿Arco? ¿Flechas? ¿Gallinas gigantes? ¡En mi planeta no hay nada por el estilo!
¿Ah, no? Entonces, ¿sabe lo que le digo?
Cállese, ya lo sé. Nos hemos equivocado de camino. Déjeme pensar un momentito.
Pues piense rápido, porque esos tipos están llegando. ¡Ziiip! ¿Lo ha oído? ¡Era una flecha! Vamos, señor Aldebariano, despierte, coma un pedacito de chocolate azul, vamos a largarnos, levantar el campo, volar, porque el Peppino Compagnoni quiere regresar a Milán con su piel sin agujerear, ¿ha comprendido?
El Aldebariano se apresuró a morder la misteriosa sustancia que el Peppino Compagnoni llamaba chocolate azul.
¡Trágueselo! ¡Trágueselo sin masticar; que acaba antes! —gritó el taxista.


El taxi reemprendió el vuelo con el tiempo justo, pero una flecha alcanzó a uno de los neumáticos de atrás que se desinfló con un larguísimo ¡PIIIIIIIFF!
¿Lo ha oído? Se estropeó —exclamó el Compagnoni Peppino—, y puede estar seguro de que ésta se la cobro.
Pagaré, pagaré —contestó el Aldebariano.
¿Tomó ahora la cantidad justa? ¿No nos encontraremos en algún otro planeta salvaje?
Pero con las prisas, el Aldebariano no pudo medir la dosis con exactitud. El taxi del cosmos tuvo que estar un rato dando brincos de un lado a otro de la Galaxia antes de acertar con el planeta del Aldebariano. Pero cuando llegaron, era tan bonito y sus habitantes tan amables, y su guiso de arroz azul (una especialidad de por allí) tan sabroso, que el Compagnoni Peppino ya no sintió tanto anhelo por regresar a Milán. Se quedó quince días, de maravilla en maravilla. Tomó nota de todo y, una vez en la Tierra, publicó un libro, ilustrado con doscientas fotografías, que se tradujo a noventa y siete idiomas y le valió el Premio Nobel. Actualmente el Compagnoni Peppino es el taxista-escritor-explorador más famoso del sistema solar.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cuento Giani Rodari

Jaime de cristal
En una lejana ciudad nació en cierta ocasión un niño que era transparente. Se podía ver a través de sus miembros como se ve a través del aire y del agua. Era de carne y hueso y parecía de vidrio, y si se caía no se rompía en mil pedazos, sino que, como máximo, se hacía un chichón transparente en la frente.
Se veía latir su corazón y se veía sus pensamientos, inquietos como los peces de colores en su pecera.
Una vez el niño dijo una mentira, por equivocación, y la gente vio inmediatamente algo como una bolita de fuego a través de su frente; dijo la verdad, y la bolita de fuego desapareció. Durante el resto de su vida no volvió a decir más mentiras.
En otra ocasión, un amigo le confió un secreto y todos vieron inmediatamente algo como una bolita negra que giraba ininterrumpidamente dentro de su pecho, y el secreto dejó de serlo.
El niño creció, se hizo un muchachote, luego hombre, y todos podían leer sus pensamientos, y cuando se le hacía una pregunta adivinaban su respuesta antes de que abriera la boca.
Se llamaba Jaime, pero la gente le llamaba Jaime de Cristal, y lo apreciaban por su lealtad, y a su lado todos se volvían amables.
Desgraciadamente, un día subió al gobierno de aquel país un feroz dictador y comenzó entonces un período de opresiones, de injusticias y de miseria para el pueblo. El que osaba protestar desaparecía sin dejar huella. El que se rebelaba era fusilado. Los pobres eran perseguidos, humillados y ofrendidos de cien maneras. La gente callaba y aguantaba, temerosa de las consecuencias.
Pero Jaime no podía callar. Aunque no abriese la boca, sus pensamientos hablaban por él: era transparente y todos leían en su frente sus pensamientos de desdén y de condena a las injusticias y violencias del tirano. Luego, a escondidas, la gente comentaba los pensamientos de Jaime y así renacía en ellos la esperanza.
El tirano hizo detener a Jaime de Cristal y ordenó que lo encerraran en la más oscura de las prisiones.
Pero entonces sucedió algo extraordinario. Las paredes de la celda en que había sido encerrado Jaime se volvieron trasnsparentes, y luego también las paredes del edificio, y finalmente también los muros exteriores de la prisión. La gente que pasaba cerca de la cárcel veía a Jaime sentado en su taburete, como si la prisión fuese también de cristal, y continuaban leyendo sus pensamientos. Por la noche la prisión esparcía a su alrededor una gran luminosidad y el tirano hacía cerrar todas las cortinas de su palacio para no verla, pero ni así conseguía dormir. Incluso estando encarcelado, Jaime de Cristal era más poderoso que él, porque la verdad es más poderosa que cualquier otra cosa, más luminosa que el día, más terrible que un huracán.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuento Gianni Rodari

El bastón
Un día el pequeño Claudio jugaba en el zaguán, y por la calle pasó un hermoso anciano con los lentes de oro, que caminaba encorvado, apoyándose en un bastón, y precisamente delante del portón se le cayó el bastón. Claudio fue presuroso a recogérselo y se lo dio al viejo, que le sonrió y dijo: — Gracias, pero no me sirve. Puedo caminar muy bien sin él. Si te gusta, tenlo. Y sin esperar respuesta se alejó, y parecía menos encorvado que antes. Claudio permaneció allí con el bastón entre las manos y no sabía qué hacer. Era un bastón común de madera, con el mango curvo y la punta de hierro, y no se notaba nada más especial. Claudio golpeó dos o tres veces la punta en el suelo, después, casi sin pensarlo montó a horcajadas el bastón y he aquí que no era más un bastón, sino un caballo, un maravilloso potro negro con una estrella blanca en la frente, que se lanzó al galope alrededor del patio, relinchando y haciendo salir centellas de los guijarros. Cuando Claudio, un poco maravillado y un poco asustado, logró poner el pie en el suelo, el bastón era nuevamente un bastón, y no tenía cascos sino una sencilla punta oxidada, ni crines de caballo, sino el mismo mango encorvado. — Quiero probar de nuevo –dijo Claudio, cuando logró recobrar el aliento. Montó de nuevo el bastón, y esta vez no fue un caballo, sino un solemne camello con dos jorobas –y el patio era un inmenso desierto para atravesar, pero Claudio no tenía miedo y observaba desde lejos, para ver aparecer el oasis.  “Ciertamente es un bastón encantado”, se dijo Claudio, montándolo por tercera vez. Ahora era un automóvil de carreras, todo rojo con el número escrito en blanco sobre el capó, y el patio una pista ruidosa, y Claudio llegaba siempre el primero a la meta. Después, el bastón fue una motonave y el patio un lago con aguas tranquilas y verdes, y después una nave espacial que surcaba los espacios, dejando tras de sí una estela de estrellas. Cada vez que Claudio ponía el pie en tierra el bastón tomaba su aspecto pacífico, el mango lúcido, el viejo herrete. La tarde pasó rápida entre aquellos juegos. Hacia la noche Claudio se asomó hacia la carretera, y he aquí que ve al viejo con los lentes de oro. Claudio lo observó con curiosidad, pero no pudo ver en él nada de especial: era un viejo señor cualquiera, un poco cansado por el paseo. — ¿Te gusta el bastón?, preguntó sonriendo a Claudio. Claudio creyó que se lo pedía, y se lo alargó, enrojecido. Pero el viejo hizo señal de que no. — Tenlo, tenlo, dijo. ¿Qué hago yo con un bastón? Tú puedes volar, yo sólo podré apoyarme. Me apoyaré en el muro y será lo mismo. Y se fue sonriendo, porque no hay persona más feliz que el viejo que puede regalar alguna cosa a un niño.

Gianni Rodari

Cuento Gianni Rodari

                     DOMINGO POR LA MAÑANA

    El señor César era muy rutinario. Todos los domingos por la mañana se levantaba tarde, daba vueltas por casa en pijama y a las once se afeitaba, dejando abierta la puerta del baño.

    Aquel era el momento esperado por su hijo Francisco, que tenía solo seis años, pero manifestaba ya una inclinación por la medicina y la cirugía. Francisco tomaba el paquete de algodón hidrófilo, la botellita de alcohol desnaturalizado, el sobre de los esparadrapos, entraba al baño y se sentaba en el taburete a esperar.

   — ¿Qué hay?, pregunta el señor César, enjabonándose la cara.

    Los otros días de la semana se afeitaba con la máquina eléctrica, pero el domingo usa todavía el jabón y las cuchillas. Francisco se torcía en el pequeño asiento, serio, sin responder.

   — ¿Entonces?
   — Bien –decía Francisco- puede ser que tú te cortes. Entonces yo      
       te curaré.
   — Ya –decía el señor César.
   — Pero no te cortes a propósito como el domingo pasado –decía                                                                                  
   Francisco severamente-,a propósito no vale.
   — De acuerdo –decía el señor César.
  
   Pero cortarse sin hacerlo aposta no lo lograba. Intentaba equivocarse sin quererlo, pero es difícil y casi imposible. Hacía de todo para estar distraído, pero no podía. Finalmente, aquí o allá, el corte llegaba y Francisco podía entrar en acción. Secaba el hilo de sangre, desinfectaba,pegaba el esparadrapo. Así cada domingo el señor César regalaba un hilo de sangre a su hijo, y Francisco estaba convencido de ser útil a su distraído padre.

Gianni Rodari.Cuentos por teléfono.

Cuento Gianni Rodari


-LA MUJERCITA QUE CONTABA ESTORNUDOS.


Érase una vez, en Gavirate, una mujercita que se pasaba todo el día contando los estornudos que hacia la gente. Luego contaba los resultados a sus amigas y juntas hacían muchos comentarios.
-El farmacéutico ha hecho siete- explicaba la mujercita.
-¿Es posible?
-Te lo juro;que se me caiga la nariz si no es verdad. Los ha hecho cinco minutos antes del mediodía.
Charlaban, charlaban y al final sacaban la conclusión de que el farmacéutico añadía agua al aceite de ricino.
-El párroco ha hecho catorce-explicaba la mujercita, sofocada de emoción.
-¿No te habrás equivocado?
-Que se me caiga la nariz si ha hecho uno menos.
-¡A donde iremos a parar!
Charlaban, charlaban y al final sacaban la conclusión de que el párroco ponía demasiado aceite en la ensalada.
Una vez la mujercita y sus amigas se pusieron a espiar todas juntas -y eran mas de siete- bajo la ventana de don Delio. Pero don Delio no estornudaba por nada , porque ni tomaba rapé ni estaba resfriado.
-Ni siquiera un estornudo- dijo la mujercita- Aquí hay gato encerrado.
-Seguro- aprobaron sus amigas.
Don Delio las oyó, puso un buen puñado de pimienta en el pulverizador del insecticida y, sin que lo vieran , dirigió el chorro sobre aquellas criticonas que estaban agachadas bajo la ventana.
-¡Achís!- estornudo la mujercita.
-¡Achís!¡Achís!-estornudaron sus amigas.Y venga estornudar todas a la vez.
-Yo he hecho más – dijo la mujercita.
-Nosotras más que tú- dijeron sus amigas.
Se agarraron del pelo, se atizaron del derecho y del revés, se desgarraron los vestidos y cada una perdió un diente.
Desde entonces, la mujercita no volvió a hablarse con sus amigas;se compró un bloc y un lápiz y se paseaba sola solita, y por cada estornudo que oía hacía una cruz en el bloc.
Cuando murió encontraron aquel bloc lleno de cruces, y la gente decía:
-Mirad, deben de ser las señales de todas sus buenas acciones. ¡Cuántas! Si ella no va al paraíso, no irá nadie.

-Hecho por:Andrea y Javier.


Cuento Gianni Rodari

                                     
                                  
   El Sol y la Nube

El sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso sobre su carro de fuego, lanzando sus rayos en todas las direcciones, a pesar de la rabia de unanube de humor de temporal, que rezongaba. Despilfarrador, mano rota, regala, regala tus rayos, verás cuántos te van a quedar.
 En los viñedos cada grano de uva que maduraba sobre lossarmientos robaba un rayo al minuto, o también dos; y no había una brizna de hierba, o araña, o flor, o gota de agua, que no se tomase suparte.Deja, deja que todos te despojen: verás como te lo agradecerán, cuando no tengas nada más para regalarles.El sol continuaba alegremente su viaje, regalando rayos por millones, por miles de millones, sin contarlos.Solamente al ocaso contó los rayos que le quedaban: y fíjate, no le faltaba ni si quiera uno. La nube, de la sorpresa, se disolvió en granizo.El sol se zambulló alegremente tras el horizonte.

                                                                     





Cuentos Gianni Rodari

 


He conocido un niño que tenía siete años. Vivía en Roma, se llamaba Paolo, y su padre era un tranviario. Pero vivía también en París, se llamaba Jean, y su padre trabajaba en una fábrica de automóviles. Pero vivía también en Berlín, y allá arriba se llamaba Kart, y su padre era un profesor de violonchelo. Pero vivía también en Moscú, se llamaba Yuri, como Gagarin, y su padre era albañil y estudiaba matemáticas. Pero vivía también en Nueva York, se llamaba Jimmy, y su padre tenía una gasolinera. 
      ¿Cuántos he dicho ya? Cinco. Me faltan dos: uno se llamaba Ciú, vivía en Shangai y su padre era un pescador; el último se llamaba Pablo, vivía en Buenos Aires, y su padre era escalador. Paolo, Jean, Kart, Yuri, Jimmy, Ciú y Pablo eran siete pero siempre el mismo niño que tenía ocho años, sabía ya leer y escribir y andaba en bicicleta sin apoyar las manos en el manillar. 
      Paolo era triguero, Jean era blanco y Kart, castaño, pero eran el mismo niño. Yuri tenía la piel blanca, Ciú la tenía amarilla, pero eran el mismo niño. Pablo iba al cine en español y Jimmy en inglés, pero eran el mismo niño, y reían en el mismo idioma. Ahora han crecido los siete, y no podrán hacerse la guerra, porque los siete son una sola persona.

Pablo Fernández

Cuentos Giani Rodari




¿Quién quiere comprar la ciudad de Estocolmo? – Por Gianni Rodari




¿Quién quiere comprar la ciudad de Estocolmo?

En el mercado de Gavirate hay a veces unos hombrecillos que venden de todo, y son tan buenos vendedores que sería difícil encontrar otros mejores.
Un viernes llegó un hombrecillo que vendía cosas raras: el Montblanc, el océano Índico, los mares de la Luna, y era tan buen charlatán que al cabo de una hora sólo le quedaba la ciudad de Estocolmo.
La compró un barbero, a cambio de un corte de pelo con fricción. El barbero colgó entre dos espejos el certificado que decía: Propietario de la ciudad de Estocolmo, y lo mostraba orgulloso a los clientes, respondiendo a todas sus preguntas.
- Es una ciudad de Suecia; es más, es la capital.
- Tiene casi un millón de habitantes y, naturalmente, todos me pertenecen.
- También tiene mar, claro, pero no sé de quien es.
El barbero fue ahorrando poco a poco, y el año pasado marchó a Suecia a visitar su propiedad. La ciudad de Estocolmo le pareció maravillosa, y los suecos, amabilísimos. Éstos no entendían ni una palabra de lo que él decía, y él no entendía ni media palabra de lo que le respondían.
- Soy el dueño de la ciudad, ¿lo sabíais, o no? ¿Os lo han comunicado?
Los suecos sonreían y decían que sí, porque no lo entendían pero era amables, y el barbero se frotaba las manos muy contento:
¡Una ciudad tan grande por un corte de pelo y una fricción! Verdaderamente, la he comprado a buen precio.
Pero en cambio se equivocaba y le había costado demasiado cara. Porque el mundo es de todos los niños que llegan a él, y para tenerlo no hay que pagar ni un céntimo; sólo hay que arremangarse, alargar las manos y tomarlo.

Román y Lidia